"Es frecuente aislarse en los despachos y no afrontar la oleada de nuevos pobres"
Coordina la actividad de la organización solidaria más implantada en Sevilla y no se refugia en la actividad burocrática de despachos e informes porque quiere seguir dándose a diario de bruces con los pobres sin techo de muy difícil reinserción social y con las familias que hasta hace poco ganaban 3.000 euros al mes y ahora acuden a sus comedores a hurtadillas
| Actualizado 28.11.2010 - 05:03
Auxiliadora González, junto a personas atendidas en el Centro Amigo que tiene Cáritas en Triana.
MUCHOS ciudadanos, cuando quieren ponerle rostro a los responsables de Cáritas, que hoy reivindican el Día de los Sin Techo, imaginan a personas de edad avanzada y con aspecto clerical. Van descaminados para descubrir a quien es la interlocutora ante instituciones y autoridades para negociar presupuestos y proyectos. Auxiliadora González tiene 30 años, es de Alcalá de Guadaíra, donde sigue viviendo en la popular y céntrica calle La Mina. Casada con un profesor del Claret, tienen un niño de un año. Es la más pequeña de cuatro hermanos, de padre prejubilado recientemente en la factoría de Roca en Alcalá, y madre ama de casa.
Estudió en el Colegio Manuel Alonso, y en el Instituto Albero. Hizo la carrera de Trabajo Social en la Olavide y la de Antropología en la Hispalense. Terminó el doctorado y ahora, a la par que da clases y de su labor en Cáritas, prepara la tesis sobre su especialidad: intervención social con colectivos excluidos. Dinamismo notable para conciliar tantas tareas. Padres y suegros le echan una mano con el niño.
-¿Cuándo comenzó su vinculación con Cáritas?
-Empecé muy joven, desde 1998 soy voluntaria en mi parroquia de San Sebastián. Después me vinculé como educadora al Centro de Acogida Puerta Hermosa, en Valdezorras, que ya no existe, donde se acogía a enfermos de sida. Me llamaron para coordinar en Cáritas regional un proyecto europeo de inserción sociolaboral de excluidos. Y Germán Jaraiz, que era el secretario regional, me propuso para sucederle. Los obispos lo aprobaron y empecé en octubre de 2008. Seguiré hasta 2012 y no cobro ni un euro por esa labor, me comprometí a ejercerlo a la vez que trabajo en la universidad.
-¿Cómo es su relación con los obispos andaluces?
-Buena, el excesivo respeto y miedo que se les tiene es por desconocimiento. En el trato cercano son personas normales y afables. Con don Juan José [Asenjo] ya me reuní.
-¿Alguna vivencia, durante su adolescencia, que le marcara para dedicarse al voluntariado?
-El contacto con niños de padres en riesgo de exclusión, a los que llevábamos de campamento y te sorprendían por su comportamiento. Cuando les dabas comida, te preguntaban si era para guardarla. Y la primera vez que hice una acogida parroquial. Yo tenía 18 años y llegaban las familias a pedir ayuda para pagar el alquiler, rogando porque les podían desahuciar... Descubrí que esa realidad era cercana, en mi propio pueblo.
-Habrá personas desestructuradas que no se dejan ayudar.
-Evidentemente. Y la ayuda consiste en procesos muy largos y muy lentos, de pequeños avances y muchos retrocesos. Porque muchas personas que llegan a nuestros centros entran y vuelven a salir, vuelven otra vez y desaparecen… La situación de estas personas es fruto de muchos años de rupturas vitales, en dos meses no lo vas a arreglar, requiere como mínimo otro proceso largo. Es fundamental convencer a la persona para que vaya tomando sus propias decisiones. Si vamos de salvadores del mundo y decidimos por ellos, se cometen muchos fallos. La solución sólo puede llegar a través de su actitud. Es lo que le dará protección cuando salga a la calle.
-¿Alguna experiencia reciente que le haya marcado?
-Compagino mi labor de gestión con ser voluntaria de Cáritas en mi parroquia. Nunca he estado de acuerdo con las personas encerradas en un despacho que desde ahí piensan en la pobreza. Hay que ver en la calle el día a día de la pobreza y la exclusión social. Me toca negociar convenios para toda Andalucía y, si no tienes los pies en el suelo, puedes olvidar para qué estás luchando. Recuerdo que el año pasado desde la Junta me ofrecieron participar un fin de semana en unas sesiones de trabajo sobre personas sin hogar. Y nos llevaron al Parador de Carmona. Se lo dije a los organizadores: ¿qué hacemos aquí, reunidos a mesa y mantel? Hay que ser coherentes y no perder el norte en tu cometido.
-¿Es habitual que los profesionales se vuelvan insensibles?
-Me lo he encontrado en muchos ámbitos, y no sólo en la administración pública, donde a lo mejor hacen bien su trabajo pero pierden de vista el problema, no tienen ni idea de lo que está pasando a pie de calle. Es más cómodo rellenar papeles en plan burócrata y encerrarse en un despacho que atender la oleada de nueva pobreza, hacer a diario una intervención social con personas que agradecen enormemente que alguien les haga caso, que se les trate con normalidad.
-¿Qué hacen para sacar de la mendicidad a quienes piden?
-Es muy difícil porque tienen tal nivel de exclusión y de adicciones que quieren seguir sacando dinero. La puerta de una parroquia es su espacio de protección y relación.
-¿Cuántas personas trabajan en Cáritas Andalucía?
-Tenemos contratados 530 profesionales. Y voluntarios son casi 10.000. El presupuesto anual es de 26 millones. El 63% sale de recursos propios, es decir, de la comunidad cristiana, y el 36% restante de la Administración pública, que sabe cómo atendemos a través de las parroquias a 200.000 personas.
-¿Aumenta la solidaridad?
-La demanda de ayuda ha subido un 43%. Pero los donativos crecen. La campaña de Navidad del año pasado fue la mejor de todos los tiempos. La gente siente que también es suya la responsabilidad de la situación que estamos viviendo y aporta más. Y también aumenta la cantidad de personas que quieren hacer voluntariado durante unas horas. Ven el nuevo perfil de personas que estamos atendiendo en Cáritas: familias muy normales y corrientes, como cualquiera de las nuestras, que han seguido un ciclo de pérdida de empleo, agotamiento de las prestaciones, los familiares ya no les pueden ayudar más y tienen la necesidad de ir a pedir. Da que pensar cómo cualquiera de nosotros puede acabar así.
-¿Cómo es ese primer contacto con las víctimas de la crisis?
-Hay que hacer un esfuerzo para relajarles, garantizarles total discreción, animarles a conversar. Sienten un apuro tremendo para contarnos su verdadera situación. Hay casos de familias con niños que hace un año estaban ganando 3.000 euros al mes. Con el boom de la construcción no tuvieron la precaución de ahorrar, ni de darse de alta en la Seguridad Social, etcétera. Los hijos están haciendo carreras, manejaban mucho dinero sin haberse preocupado nunca de trabajar para pagarse sus estudios.
-¿Es fácil negociar acuerdos con la Junta de Andalucía siendo una organización de la Iglesia?
-En la Consejería de Bienestar Social tienen un reconocimiento absoluto a la labor social que hace la Iglesia. No es sólo cuestión de dinero. Nos sentimos escuchados cuando les hacemos aportaciones sobre las metodologías de intervención. En la Consejería de Empleo nos entienden menos.
-¿Realmente se consigue la integración laboral de una persona que vivía sin techo?
-Sí, porque les hacemos un acompañamiento y un seguimiento muy intensos, gracias a voluntarios, porque el trabajador social no puede seguir de cerca a tantas personas. Cáritas contacta con empresas, y cada vez son más las que se acercan a nosotros por el auge de la responsabilidad social corporativa. Estamos luchando mucho para que tengan unos mínimos legales, que haya un contrato, que se cumplan los horarios, los sueldos…
-¿Ha descubierto la cara oculta de los marginados?
-Claro que sí. Cuando te sientas con ellos y los escuchas, comprendes que llegan a esa situación por culpa del aislamiento social. Personas que estaban trabajando, que se quedan en el paro, empiezan a tener relaciones con el alcohol y otras drogas, pierden el apoyo familiar, incurren en conflictos por las drogas, rompen sus lazos con todo su entorno social y terminan en la calle. ¡Si la sociedad fuera consciente de lo importante que son los lazos humanos! No se puede perder la relación con la persona porque luego en los momentos malos lo que necesitas es alguien al lado que te escuche, que te apoye, que te dé un consejo. Y a estas personas les ha faltado, les ha derrotado el individualismo en el que estamos metidos. Y una vez que ya entras en ese círculo te vuelves una persona invisible. Muchas de esas personas son invisibles hasta el punto de que no se les dan los buenos días. El círculo se va haciendo más grande.
-¿Cómo reaccionan?
-Cuando les pides un favor. Al principio se sorprenden, porque tienen de sí mismos la imagen de que son ellos los que siempre piden favores. Para ellos ya es importante que alguien les pida un favor. La clave está en recuperar lo positivo de cada persona, porque están acostumbrados a que siempre se les dice su lado negativo. Después llega la preparación prelaboral: acostumbrarlos a levantarse a cierta hora, no llegar tarde, ir bien vestidos, etcétera.
-¿Qué piensa cuando ve las amenazas a la economía española?
-Lo primero: ¿dónde queda la persona como centro del debate? Después, pienso lo que se nos viene encima si quiebra España y arrastra al euro. Como sociedad, no somos conscientes de la que se nos puede venir encima. Cualquiera puede verse arrastrado a la pobreza.
-¿Por qué prima la pasividad?
-Las nuevas generaciones son muy pasivas porque pensaban que la vida era cómoda per se. Son individualistas en exceso, mientras la crisis no les afecta de lleno no se cuestionan nada. Si no hay un sentimiento colectivo, no hay movilización. Hace un año ya había gente que pasaba hambre por la crisis y nadie se movió por ello.
-¿Se sigue viendo a Cáritas como una entidad que da de comer?
-Muchas veces son los servicios sociales los que dan esa imagen cuando nos envían a los necesitados. También en parte será culpa nuestra. Pero está cambiando la percepción de lo que hacemos. Antes éramos invisibles para la opinión pública. Ahora no, porque Cáritas se siente muy libre para contar y denunciar la realidad que emerge. Aunque tengamos convenios con organismos públicos, no coartan nuestra libertad de expresión. Hay ONG que callan porque dependen de la Administración.
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