La odisea de tener un plato de comida
La crisis ha llenado los comedores sociales sevillanos. Tres son los que hay actualmente y en ellos se pueden ver desfilar desde indigentes a personas que no hace mucho tenían hasta un segundo piso en la playa
fernando carrasco / sevilla
Día 06/11/2010 - 21.48h
felipe guzmán
El comedor de las Hijas de la Caridad en la Macarena sirve diariamente una media de 260 comidas, habiéndose llegado a más de trescientas
Más de 76.000 comidas dio en 2009 el comedor social de Pagés del Corro de las Hijas de la Caridad. Y se superaron las 100.000 en el de la Macarena, un comedor con 117 años de historia y muchas historias, miles, cada día que se abren sus puertas. A ellos dos se ha unido ahora el de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que ya se encuentra colmatado, como se preveía.
Son los tres comedores sociales que existen en la ciudad. Y la demanda ha crecido de manera considerable. La crisis es la auténtica espada de Damocles que se cierne sobre todos aquellos que tienen un trabajo y que, de la noche a la mañana, lo pierden. Por eso no es de extrañar que el perfil del pobre haya cambiado. Ahora acuden a estos comedores personas que no hace mucho tenían hasta piso en la playa. Es la realidad de una sociedad que encuentra en las Hijas de la Caridad y en la Orden de San Juan de Dios, la cuerda a la que agarrarse para, al menos, poder comer.
Sor Esperanza es la encargada de todo lo que acontece diariamente en el comedor que las Hijas de la Caridad tienen en la calle Aniceto Sáenz, que desemboca directamente en la plaza del Pumarejo. Cuando sobre las doce del mediodía comienzan a formarse las colas para entrar en el comedor, son ya muchas las horas de trabajo y preparación de todo que hay detrás.
«Tenemos de todas clases pero, sobre todo, gente de aquí, que están en situación precaria»
Sin perder la sonrisa que siempre lleva en sus labios, señala que «está siendo un año duro, muy duro. Tenemos una media de 260 comidas y ha habido días en los que hemos superado con creces las 300. Y además tenemos a 300 familias registradas que vienen a recoger alimentos porque tienen niños y no todo el mundo es capaz de resistir ponerse a la cola de un comedor social».
Repetir platos
La cocina bulle. El día del reportaje hay sopa de puchero —con sus patatas y sus garbanzos—, filete empanado, ensalada de tomate y plátano de postre, además de helado de una marca que ha regalado varios palés. En la misma, hermanas, voluntarias y personal contratado —auxiliar de cocina— se afanan por que todo esté a punto para cuando abran las puertas. «Se puede repetir el primer plato —señala sor Esperanza—, que es siempre el de cuchara, los potajes. Antes también dábamos bocadillos para la noche, pero vimos que muchos se desperdiciaban después. Por eso, lo que hacen muchos es llevarse para después el pan o la fruta».
¿Y el perfil de quien va al comedor? Sor Esperanza lo deja claro. «Tenemos de todas clases: españoles, extranjeros, ahora están viniendo muchos marroquíes pero, sobre todo, personas de aquí, de España, que se encuentran en una situación precaria cuando antes no lo estaban».
Y pone como ejemplo el de «vecinos de toda la vida, del barrio, que no hace mucho venían y dejaban donativos y ahora, en cambio, piden comida y ropa. Gente con una hipoteca, o dos, y que de la noche a la mañana se han quedado sin nada. Lo peor es el paro; la falta de empleo provoca un desajuste familiar tremendo y es por eso que muchas de estas personas acaban viniendo al comedor o a pedir alimentos para llevárselos a casa porque no tienen dinero para comprar».
Señala que aunque el comedor es pequeño «vamos tirando» gracias, sobre todo, al voluntariado. «Tenemos personas que vienen todos los días y son como una más de aquí, y otras, jóvenes y estudiantes, que también lo hacen de manera habitual. «Diez o doce personas hay todos los días sirviendo en el comedor, porque tiene que ser un servicio rápido y hay mucho ritmo con tantos que vienen a comer». Y todo ello sin olvidar a la comunidad de religiosas y a la residencia de ancianos, para los que también hay que hacer de comer. «También los profesores de Religión de los colegios traen a alumnos para que vean el día a día. Se quedan sorprendidos y nosotros lo que queremos es que se den cuenta de la realidad, de lo que acontece en un comedor social. Muchos vuelven y siguen ayudándonos».
Además del comedor, dos días a la semana hay duchas; está el ropero, las canastillas que se preparan para los bebés, reuniones tres días a la semana con personas alcohólicas... y la búsqueda de empleo. «No sólo queremos dar de comer, quitar el hambre —precisa sor Esperanza—, lo importante es que puedan tener también una esperanza para salir adelante, quitarse de la calle donde duermen y poder recuperar la dignidad que tiene que tener toda persona».
El día a día es frenético en la Residencia de las Hijas de la Caridad en la Macarena. «Mucho nos tememos que superaremos las 100.000 comidas del pasado año, porque al ritmo que vamos y la demanda que hay, ese número se va a quedar anticuado. La pena es que no tengamos más. Pero con la ayuda de Dios siempre salimos adelante.
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