Sevilla le gana el pulso al río
Isabel Atencia, Sevilla Actualizado 01/03/2010 20:26
Una pareja se fotografía en el río desbordado el 26 de febrero. - Javier Cuesta
El Guadalquivir ha sido lugar de batalla de los sevillanos por aprovechar sus virtudes y medir la furia de sus crecidas. La ingeniería ha propiciado que ésta sea una guerra casi ganada.
Esta vez Sevilla le ha ganado el pulso al Guadalquivir. Con unas lluvias que han superado de largo las cantidades medias habituales de las últimas décadas, el caudal del río -llamativamente alto a simple vista- se ha mantenido entre sus márgenes, salvo en algún que otro punto de la Cartuja. Nada alarmante en definitiva, una situación que no siempre ha sido así y que en numerosas ocasiones ha provocado graves inundaciones en la ciudad.
Sevilla y el Guadalquivir han vivido históricamente una relación de amor-odio. El amor, por la oportunidad de intercambio comercial, por las riquezas que llegan a la ciudad desde el mar. La cruz del odio, por la intención de domar una naturaleza que a veces se desboca y que ha hecho que los sevillanos hayan mirado al cielo y luego al río temiendo sus crecidas en periodos de temporal. Para evitar las malas pasadas del tiempo, progresivamente se han ido proyectando obras para mantener el río a raya y sacarle el máximo provecho.
De hecho, la pasada semana, y después de un periodo de lluvias de más de dos meses y medio casi sin tregua, el caudal del Guadalquivir en la presa de Alcalá del Río rozó los 3.000 metros cúbicos por segundo, uno de los mayores de los últimos años según afirmaron desde la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG).
Precisamente, las mismas fuentes explicaron que el caudal medio del Guadalquivir en esta presa -la última antes de la desembocadura del Guadalquivir y construida unos kilómetros aguas arriba de Sevilla precisamente para frenar las avenidas que periódicamente la inundaban-, es de unos 165 metros cúbicos por segundo (15 veces menos de lo que se ha dado estos días). Y si no hubiera sido por las obras realizadas en la corta de La Cartuja con motivo de la Expo 92, cuando se construyó otro muro de defensa, las inundaciones hubieran llegado a ser bastante graves.
Como hubieran podido ser las de 1996 si las filtraciones en el muro de defensa de la Dársena de Cuarto en la Nochebuena hubieran llegado a romperlo. Antes, cuando la ingeniería no había desarrollado fórmulas para reprimir la fuerza de los desastres naturales, las consecuencias llegaban a ser devastadoras. Francisco de Borja Palomo, catedrático de la Universidad de Sevilla a finales del siglo XIX, ya hizo una narración erudita de las riadas históricas de la ciudad y denunció la necesidad de ponerle límites al río: "Me he opuesto siempre a cuanto tienda a debilitar las defensas que esta ciudad tiene contra las inundaciones, que son el más frecuente castigo con que la Providencia aflige a sus habitantes. Por eso me he resistido a que se demuela la bien conservada muralla del lado nordeste de la Puerta del Sol a la de la Macarena, ni aun que se abra boquete alguno sin la debida precaución".
Precisamente por los agujeros que hacían en el Arenal los dueños de los prostíbulos para que los marineros entraran cuando ya habían cerrado las puertas de la ciudad, este barrio tenía más riesgos de riada cuando era el Guadalquivir el que se desbordaba. La Alameda de Hércules también ha sido tradicionalmente zona inundable y bajo la plaza es donde actualmente se encuentra el tanque de tormentas -otra obra para proteger a la ciudad contra las inundaciones- que evita que el alcantarillado suba de nivel y el agua salga por los husillos (es la zona más baja de Sevilla).
Y es que la historia de la Alameda comienza cuando se decide la desecación del cauce de un brazo menor del río que, procedente de la Barqueta, atravesaba el bulevar, la Plaza Nueva y llegaba hasta el Arenal. Fue a partir de una riada en el año 1383 cuando se hace desaparecer este brazo.
A lo largo de la historia han sido muchos los intentos de controlar el caudal del Guadalquivir. De hecho, en su Historia crítica de las riadas de Sevilla, Palomo apunta que el rey visigodo Leovigildo mandó cortar y desviar el curso de las aguas del río y limpió la "madre vieja".
La preocupación por el Guadalquivir y sus crecidas -que se alternaban con periodos muy secos- siguió en los siglos posteriores con diferente grado de acierto en las decisiones técnicas que se empleaban. Una de las principales fue elevar el suelo (sirva como prueba los restos de columnas romanas de la calle Mármoles, que dan cuenta del nivel del rasante de la ciudad en sus orígenes).
Otra de las medidas pasó por canalizar los dos arroyos que cruzaban el término municipal, el Tagarete, que pasaba por la calle Alfonso XII para desembocar en el Guadalquivir, y el Tamarguillo. Los muros de defensa y los malecones junto al río han sido también una constante.
Las últimas infraestructuras construidas con tal fin han sido las que se ejecutaron con motivo de la Expo. Fue entonces cuando se cimentó la Corta de San Jerónimo que, junto con la retirada del Tapón de Chapina, permitió darle salida natural al río y su reincorporación al cauce histórico. Todo para que Sevilla ganara el pulso al río. Una lucha, como ya decía Palomo en 1876, por la preservación de la navegabilidad y por la defensa frente a la amenaza constante de inundación, una lucha prácticamente ganada hoy.
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