...Y Sevilla se hizo Triana para tener a la Esperanza
Escrito por Fernando Carrasco Lunes, 01 de Junio de 2009 06:57
La Esperanza de Triana, poco después de su salida
No le hubiese hecho falta el paso de palio
a la Esperanza de Triana. Porque podía haber llegado a la Catedral perfectamente en volandas, pasando de mano a mano entre sus hijos, yendo sobre sus cabezas, recorriendo las calles entre el mar de gentes que ayer fue el recorrido desde Pureza hasta la Puerta de San Miguel de la Catedral. Un mar inmenso que estalló a las seis de la tarde cuando las puertas de la capilla de los Marineros se abrieron y Pureza, que comenzaba a contemplar el paso del cortejo que había formado y salido desde Santa Ana —salvo los cirios verdes, último tramo, los acólitos y la presidencia—, convirtió en oleaje bravío de ovaciones y vivas al vislumbrar que la Reina de Triana ya iba a estar entre los suyos.
Antes, una hora antes, no se cabía ya en Pureza. Y en el puente —no hace falta decir cuál— ya comenzaban a apostarse muchos, lo mismo que en el Altozano. Por Betis, a la entrada de la casa hermandad, nervios a flor de piel. Muchos abrazos y momentos emotivos. Veinticinco años han pasado desde la coronación canónica de la Esperanza. Muchos de los allí presentes seguían recordando aquel momento como si hubiese acontecido ayer.
Sentado frente a la Señora, Vicente Acosta adivinaba el rostro de su Virgen. Su junta de gobierno de entonces le arropaba. Y a un lado, callado como siempre, Juan Borrero, entonces capataz de la Esperanza, esperando por unos momentos volver a ponerse en el frontal, levantar el martillo y que la Virgen se alzase al cielo.
Y llegó el momento tras las fotografías de todos —costaleros, acólitos, capataces, junta de gobierno de hace un cuarto de siglo y la actual...— delante del paso. El diputado mayor de gobierno dio la orden y las puertas de la capilla se abrieron. Entonces ya la Esperanza fue de Triana, de su Triana. El himno de la coronación cantado por el coro antes de que el palio —bellamente exornado—se acercase al umbral de la capilla. No lo había cruzado por completo cuando sonó la Marcha Real y Pureza —imposible que cupiese más gente, imposible— la recibió con una petalada infinita, estremecedora. «Esperanza de Triana coronada» y luego «Triana de Esperanza». Eran las seis y veinticinco de la tarde con el calor sofocante como parte del cortejo pero sin importarle a nadie.La Esperanza de Triana, en el puente
Desde ese instante, los gritos y los llantos de la gente, del hermano mayor y de los acólitos. Y la gente que le decía ¡guapa! Y de nuevo el llanto entremezclado con las marchas que sonaban una y otra vez, sin solución de continuidad, por la Banda Santa Ana de Dos Hermanas. Y ¡Viva la Esperanza de Triana! para seguir avanzando el palio —qué manera de andar más señorial, casi sobre los pies, sin inmutarse ante tal avalancha de personas—. Y el palio que no cabe. Y las plegarias y los desmayos por el calor. Y la bulla interminable que cangrejeaba sin dejar de mirarla. Y otra vez ¡guapa! Y de nuevo pétalos que inundaban Pureza. Y por ahí no va a pasar de gente que hay. Y más pétalos, más llantos, más emoción. Que no se puede andar mejor. Que no quiere abandonar Pureza. Pero allí estaba el Altozano para recibir a la Reina. ¿Cuántas personas pueden caber en el Altozano? ¿Dos mil, tres mil? ¿Cinco mil?¿Y en el Puente de Triana? Cupo ayer Triana entera entre Pureza, Altozano y el puente... y las calles adyacentes, porque nadie quería quedarse sin despedirla, sin decirle un hasta pronto, que la semana que viene estás de nuevo entre nosotros. Pero, ¿qué ven, Dios mío, esas gentes que están tan a lo lejos? La Esperanza. Casi nada.
Y el palio que se planta, sin arriarse, justo en la mitad del Altozano. Al frente, San Jorge; a su izquierda, San Jacinto; a su espalda Pureza y a la derecha el puente. Y comienza entonces una revirá para morir. Porque ver a la Esperanza girando en su palio 360 grados para mirar a esos cuatro puntos es para morir.
«¡Viva la belleza bajo palio!» rezaba una gigantesca colgadura. Casi como si fuese sobre los pies, con un andar enseñoreándose siempre, la Esperanza que avanza y que busca el puente. Que ya se va de Triana. Que tus hijos no quieren que los dejes huérfanos durante una semana.
Y las campanas de la capillita del Carmen que empiezan a repicar mientras el sol baña el rostro moreno de la Madre de Dios. Parece no querer irse de allí, que quiere quedarse. Se despide de todos y cada uno de los trianeros mientras se planta a la altura de la capillita que hace de frontera con Sevilla. Y allí que también se vuelve y quiere decirle algo a Triana. Que ya mismito estoy de nuevo aquí.
Y allá que se fue por el Puente de Isabel II, Puente de Triana, de su Triana, para ser recibida por Sevilla. Pero no estaba sola la Esperanza. Igual que hace un cuarto de siglo, si en Triana no se cabía, por Reyes Católicos Sevilla se hizo arrabal trianero para tener entre sus brazos a la Esperanza. Que ya estás aquí, Señora. Bienvenida a casa. Porque Sevilla es también tu casa, tu morada. Y la Catedral el mejor lugar donde puedes estar.
Sí, la Catedral. Pero todavía faltaba mucho para que allí estuviese. Pastor y Landero espera mientras la cruz de guía avanza y se encamina hasta Adriano, que las puertas de la capilla del Baratillo ya están abiertas, esperando a la Reina de Triana, con la fachada engalanada como hace veintinco años y con otro mar de seres humanos queriéndola llevar en volandas.
Y llegó el palio. Y reviró lentamente para situarse frente a frente con la Piedad y su Hijo. Andar lento para llegar hasta el dintel de la puerta y casi meterse dentro. Hacia adelante y hacia atrás. Una y otra vez. Y Sevilla que ya ha hecho suya a la Esperanza. Porque ahora también la goza por Adriano, con el río a sus espaldas y el lamento desconsolado de la cava que cuenta las horas para que vuelva.
Pero ahora no. Ahora Sevilla se ha hecho Triana y la mece para que pronto esté en la Catedral. ¿Pronto? Imposible que avance más deprisa. Una de dos: o Triana no quiere que se vaya o Sevilla la quiere contemplar más tiempo en la calle. Que queda una semana para verla, día a día, entre los muros catedralicios. Ahora con el pueblo, con Sevilla. Con permiso de Triana que la deja que, cual mocita, salga a pasear y vuelva tarde, que los días son largos.
Mucho más tarde del horario previsto entró la Esperanza de Triana en la Catedral. Como hace un cuarto de siglo, la Reina de Triana volvió a inundar de Esperanza Sevilla. Que nadie se canse de mirarla. Que Sevilla, por una semana, se ha hecho Triana para poder contemplar el rostro moreno de la Esperanza.
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