Triana, y Sevilla entera, con la Esperanza
La lluvia obligó a retrasar la procesión de vuelta casi dos horas y media. La Esperanza se puso en la calle al filo de las nueve y media de la noche KAKO RANGEL
Especial informativo: 25 años de la Coronación de la Esperanza de Triana
POR AURORA FLÓREZ
Actualizado Domingo, 07-06-09 a las 12:46
Parecía imposible. Era un imponderable que se reflejaba en el ansia de la gente por ver volver a la Esperanza de Triana a su barrio. Incertidumbres, sol de los gitanos, nubes que iban y venían cargadas de lluvia y que, de repente, soltaban auténticos mantos de agua. Y de nuevo el cielo azul. Fueron las impertinencias de los caprichos meteorológicos, como el ventilador cortando la luz de los fluorescentes de Casa Morales sobre la barra, los que, a diferencia, de la histórica casa de vinos y actrices de amores imposibles retratadas en noches turbias, colocaron los corazones de Sevilla en un borde de pena. Las siete de la tarde, hora prevista para que la Esperanza de Triana empezara a pensar en el cartel de la famosa leyenda de hace veinticinco años, estaba vedada para que las puertas de la Catedral se abrieran y dejarla partir.
El día inestable lo había advertido. La tarde, plomiza y desapacible lo certificaba. Y el viento fresco que traía amenaza firmaba, aparentemente, la sentencia. A las seis y cuarto de la tarde descargó el cielo con fuerza inusitada y la Puerta de los Palos de la Catedral se despejó de gente llena de esperanza. Bares, tiendas de souvenirs, soportales, zaguanes invadidos, como la entrada al Palacio Arzobispal, que resguardaba a un tapón de gente. Con un enorme paraguas negro, impecablemente vestido, en Mateos Gago esperaba, porque era un día de espera de Esperanza para todos, Jesús Martín Cartaya, el último fotógrafo romántico, resguardando su Minolta, la misma con la que hizo las fotografías de la coronación canónica de la Esperanza de Triana, hace ahora veinticinco años. Efeméride que provocó y propició que Sevilla, y más aún Triana, se echaran a la calle.
Las idas y venidas de la junta de gobierno de la Hermandad que preside Adolfo Vela se sucedieron a lo largo de toda la tarde, con rezo del rosario ante el paso de palio de la Esperanza, exornado mesuradamente de peonias (flor de la veracidad, dicen) para decidir qué hacer: arriesgar y volver, o quedarse en la Seo Metropolitana. Pesaba la decisión. No era el caso, pero, según el dato aportado por el compañero Esteban Romera, desde 1849 la corporación trianera no se había dejado amedrentar por la lluvia ninguna Semana Santa.
Es cierto, no era Semana Santa, y a la luna llena le falta una pizca de redondez. Pero, fue el crepúsculo el inicio de una Madrugada diferente, especial, de aniversario, de lágrimas.
Antes, cuando de pronto, pasadas las ocho de la tarde, se hizo el sol y el resol invadía las casas, un músico refugiado en un bar del Arenal decía: «No te lo vas a creer, el cielo está azul, azul». Otro le contestó: «Claro, quillo, es para Triana».
Como un río la gente llegaba desde todas las venas a la Catedral, atendiendo a la última reunión de la junta de gobierno y al cruzar la Avenida, ganando la luz al nublado, al enfrentarse al dulce olor a incienso del puesto callejero, volvía el resquicio de ilusión por ver a la Virgen.
Tarde desapacible
Porque ayer hubo dos tardes, una desapacible, desperdigada, para limpiar los ánimos, para bajar la presión, para provocar deseos y añoranzas, y otra para paladear la esplendidez y hacer cumplir refranes de paseos.
¿Cómo es posible? El mortecino ambiente, ralo, desencantado, en un tiempo imposible de delimitar se convirtió en bulla auténtica. A las ocho y media de la tarde la Plaza de la Virgen de los Reyes y la calle Alemanes se transformaron en el mar de amores para que la Esperanza de Triana navegara con todos sus rumbos prendidos en las cartas náuticas, disipando todas las tinieblas, hacia el puerto de su barrio. Aplausos a la decisión de la junta de gobierno y más aplausos cuando la música y las primeras insignias aparecieron en medio de la multitud. Adelantaban la certificación de que la Esperanza de Triana se ponía en camino. Allí, apretujados junto al cancel, el público variopinto, que aúna devotos y fieles, gente con fe, junto a granujientos muchachos frikis de la cosa cofradiera que especulaban sobre las marchas que le tocarían y las silbaban obsesivamente; y al goteo inevitable, y nada desdeñable, del canicofrade inclasificable en el maremágum que pivota alrededor de una hermandad. Nada, ni nadie, era, sin embargo, desechable en la masa que acompañaba unánimente a la Virgen.
La espera siempre merece la pena. Se materializó, de verdad, con los vencejos en lo alto del cielo azul que se tornaba crepúsculo, cuando Almudena, una joven con síndrome de Down seguía pensando que llovería más y argumentaba cosas de Dios y de los ángeles; cuando los ciriales aparecieron y repicaron como locas las campanas de la Giralda, cuando sonó la marcha de la coronación... Se cayó de emociones la plaza. Lenta, muy lentamente, luciéndose, con un trabajo costalero de amores firmados rotundamente, la Esperanza de Triana, veinticinco años coronada canónicamente, se volvía al arrabal tras los fastos del aniversario. ¿Qué decir? En al Andén del Ayuntamiento, el alcalde, representante máximo de la ciudad, y la delegada de Fiestas Mayores, ofrenda floral. Como hace veinticinco años. Ese era el homenaje oficial, como debe ser, sin contraprestaciones. Grandísima petalada, el himno de la Coronación y la Salve Marinera en una Plaza Nueva sin hueco para un hilo de voz que guardaba un tsunami de gente por sus cuatro costados. Pero más aún la atendía en su barrio, loco por volver a tenerla.
La clásica frase de «Al cierre de esta edición» está en manos de la Reina y Capitana de Triana. Hoy, día de elecciones europeas, mientras se constituyen los colegios electorales del barrio, las cadenetas blancas, las colchas, mantones de Manila, las colgaduras verdes y vaticanas, el amor de Triana, el amor de Sevilla, va y sueña aún con la Esperanza.
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