Cara a cara con el ríoRosana Pajarón, Sevilla Actualizado 03/09/2011 20:42
El puente del Cristo de la Expiración como telón de fondo. - Rosana Pajarón
Pescadores, enamorados y deportistas encuentran su remanso de paz, rozando el Guadalquivir, en la travesía de Nuestra Señora de la O.
Existe en la ciudad un rincón, como tantos otros con encanto, en el que el río parece absorber todo el ruido que provoca la jungla de asfalto. Justo ahí, a ras del río le espera un paseo, breve pero intenso y que permanece igual de hermoso y solitario todos los días del año. Es el Paseo de la O, que debe su nombre a la parroquia y hermandad homónimas que residen justo en la calle de atrás, ya inmersos en el barrio de Triana. Anímese a cruzar el puente para conocer otra vista de la ciudad.
Si pasa por la calle Castilla, paralela al paseo, encontrará muchos pasillos que le llevarán hasta él, como la calle Periodista Nicolás Salas o bajando por el Puente del Cristo de la Expiración. Nada más comenzar su camino, no se extrañe si se encuentra con alguna caña de pescar, sobre todo si viene en domingo. La paz que allí se respira, sólo rota por el graznido de algún pato, le envolverá. Allí se puede ver de todo. Muchos jóvenes, lejos de esa imagen de botellón y de descerebrados, se reúnen con sus cebos y sus cañas. El paquete de pipas es uno de los mejores pasatiempos mientras esperan a que algún pez pique en el anzuelo. El tiempo parece detenerse para la decena de pescadores que aquí aguardan, con un ojo sobre el agua y otro en la otra orilla. Los árboles y las adelfas se inclinan de manera que parece que van a arrojarse al río.
Si quiere sentarse a ver pasar el tiempo, tiene bancos de madera a cada dos pasos. También hay escaleras que le llevan a rozar casi con los pies el mismo Guadalquivir. Al final de esas escaleras se ven más cañas, pero también parejas de enamorados, que lo idílico del lugar invita a abrazarse y besarse de forma melosa.
Cada diez minutos puede saludar a los turistas que se asoman desde el barco del río, que les pasea de un extremo a otro enseñándoles la vida que hay junto al Guadalquivir. En el tráfico marítimo también se cruzan barcas a pedales o canoas, con fornidos remeros haciendo alarde de su fuerza. También es el lugar ideal para correr un poco o pasear a su can. Eso sí, recogiendo todo aquello que ensucie, que de incívicos andamos sobrados. Bastantes litronas de cervezas e incluso envases de yogur flotan chocando contra la orilla. Alguno incluso ha dejado la bolsa de basura entera, atada con su lazo y todo.
Las estampas familiares también son típicas del lugar, empujando carritos o correpasillos por el empedrado. Para las bicicletas el trayecto puede ser algo corto. Justo pasando por debajo del puente de Triana, sólo aguardan unas empinadas escaleras que obligan al ciclista a dar marcha atrás. Aunque, como reza el dicho, el trayecto si breve, dos veces bueno.
Además de un bonito lugar de paso, la travesía de la O también invita a detenerse para observar las vistas. De frente siempre encontrará a algún turista tostándose al sol en el césped del Capote, a un grupo de chavales jugando al fútbol o sólo dormitando. Si gira su mirada hacia la izquierda, el puente de Triana emerge majestuoso del río. Detrás de él, verá una estampa que reúne los símbolos por excelencia de la ciudad: La Giralda, la Torre del Oro y la Maestranza.
No deje de ir al caer la tarde. Las luces se multiplican por dos al reflejarse en el río. Muchos de los artistas artesanos de la provincia supieron aprovechar bien la belleza del lugar. Durante la pasada Velá de Santa Ana se organizó un Mercadillo Artesanal, que ponía el contrapunto al bullicio de las casetas y las sevillanas que se bailaban arriba en la calle Betis. Verdaderas joyas hechas a mano lucían sobre los bancos o se colgaban de las paredes a lo largo de todo el paseo.
Mientras tanto, sobre el puente de Triana, una riada de turistas pasa incesante, haciendo alguna parada esporádica para inmortalizar el momento. Alguno se asoma desde el Altozano y se anima a buscar las escaleras para bajar y poder disfrutar del río de cerca, cara a cara. Un auténtico remanso de paz (y con algunos grados menos) en plena urbe.
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