domingo, 19 de junio de 2011

Diario de Sevilla - "Mi hijo cogió eso tan sevillano de que aparte de Sevilla no...

 

Mi hijo cogió eso tan sevillano de que aparte de Sevilla no hay nada"

Vendió su barco normando con el que recorrió los mares del norte y se afincó en un piso trianero y marinero. Descubrió que París es una ciudad para pasear, no para trabajar.

| Actualizado 18.06.2011 - 05:03

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Jean-Philippe Malice, en su casa de la calle Rodrigo de Triana, junto al timón que consiguió en un taller de demolición de barcos en Le Havre.

ESTE normando desembarcó literalmente en Sevilla en 1983. Jean-Philippe Malice (Le Havre, 1936) cazó cachalotes en las Azores, vendió brújulas marinas y hace 17 años sale de nazareno en el Cachorro.
-¿Cómo se vivía en el barco?
-Muy bien, pero mi mujer, Denys, se cansó del barco y quería tener un niño. El barco se llamaba La Malicieux. Se lo vendí a un financiero escocés que quería ir a Australia. El piso de Triana me costó el mismo dinero que conseguimos con la compra del barco.
-Nace en 1936. ¿Qué noticias tuvo de la guerra civil española?
-Las primeras, con 17 o 18 años, cuando leí La Esperanza de André Malraux. Después supe muchas cosas por un grupo de republicanos anarquistas que todos los años iban a Le Havre con un tiovivo para la feria.
-¿Su primera travesía?
-Con 19 años. En un barco llamado Saint-Malo, unos barcos concebidos para pocos viajes por temor a los submarinos alemanes.
-¿Se hizo marinero en tierra?
-Cuando la compañía redujo su personal y pasó de tener 120 barcos, incluido La Normandie, el más rápido en cruzar el Atlántico, a sólo cinco, tuve que buscar otra cosa. Un sextante no es muy útil en el campo o la ciudad. Encontré trabajo en una empresa que importaba material de navegación con sede en París. Una ciudad fantástica para pasear, pero no para tener que trabajar.
-¿Por qué se fue a las Azores?
-Porque no hay turistas y la gente es muy simpática. Hice muy buenos amigos en el bar Peter, cuya especialidad, el gin-tonic, tenía fama en todos los puertos del Atlántico. Allí estuve cuatro meses con los balleneros que cazaban cachalotes. Tengo en mi casa de Triana el arpón con el que secazó el último. La empresa que fundía la grasa del aceite de cachalote cerró. Un aceite finísimo que se utilizaba para tinta y lápiz de labios de las señoras.
-¿Cómo descubre Sevilla?
-Nuestra idea era seguir viviendo en el barco. En las Azores nos hablaron de Vilamoura, en el Algarve. Llegamos, había dos bares llenos de ingleses borrachos y rojos por el sol y el pueblo más cercano a quince kilómetros. Mi mujer, que era intérprete, encontró una guía escrita por un alemán en la que hablaba del Club Náutico de Sevilla. Llamé por teléfono y en octubre de 1983 llegamos.
-¿El hechizo fue inmediato?
-Depende. Mi mujer no estaba muy de acuerdo. Por suerte para mí, encontró trabajo en la Expo. Con su facilidad para los idiomas, trabajó primero en la oficina de los países que venían, pasó al departamento de Espectáculos y fue subdirectora del Auditorio. Yo iba todos los sábados y domingos con mi hijo Tomás. Nació en 1985 y con dos meses lo retrató en brazos de mi mujer Benito Moreno.
-¿Vuelve a Francia?
-Dos veces al año. A la Feria Náutica de París, porque desde 1984 trabajo para la revista Voiles et Voiliers (Velas y Veleros) y a ver a la familia en Bretaña y Normandía. Y sobre todo para que Tomás conozca otra cultura, porque ha cogido eso de los sevillanos de que aparte de Sevilla no hay nada en el mundo.
-¿Qué tiene más el sevillano, de bretón o de normando?
-Los bretones son celtas, como los gallegos o los escoceses. El mismo mar, la misma comida, los mismos peces. Los normandos son vikingos. Vinieron por Normandía y se quedaron. Dieron un rey de Inglaterra y un zar de Rusia. Estuvieron por toda Europa y descubrieron América, con colonias en Terranova y Groenlandia.
-Les faltó un Rodrigo de Triana.
-Y un Vicente Pinzón, que vivió en esta misma calle y se quedó esperando los diez mil maravedíes que le prometió Isabel la Católica.
-¿Recuerda el desembarco de Normandía?
-Tenía ocho años. Aquí tengo un crucificado de piedra que salvé de unos escombros que iban a usar para rehacer las calles de Le Havre después de los bombardeos.

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