El derroche
FERNANDO BARÓN ESQUIVIAS
Sábado, 22-11-08
Ante la desoladora crisis que se cierne sobre Sevilla, resulta un amargo espectáculo ver el costoso tranvía rodando por la Avenida como un inútil y estrafalario adorno de nuevo rico. Un plateado ferrobús, gentileza de la ciudad para que los ancianos turistas millonarios no tengan que ir a pie desde el hotel al casino. Pero se da la circunstancia de que no estamos en el boyante Montecarlo sino en Sevilla, una ciudad que no puede equipar a sus bomberos ni costearse apenas la iluminación navideña, y sin embargo despilfarra 100 millones de euros en un traqueteante convoy alicorto.
Con ese dinero habríamos tenido para financiar una «lista de la compra» que dejara a Sevilla blindada ante la crisis. Pero claro, eso supondría que los sevillanos somos capaces de una gestión cabal, constante, proporcionada, seria en una palabra, descartando ínfulas bananeras como estadios olímpicos y trenes galácticos para la reina Amidala y Anakin Skywalker.
¿Qué cosas podríamos haber sufragado con ese capital? Por ejemplo, un transporte fluvial ágil y eficaz, que conectara el páramo del puerto con un muelle a la altura del puente de Triana, para llevar los turistas de crucero al sitio más apetecible, el que cualquier visitante imagina cuando lee la palabra Sevilla. Uno de tantos proyectos sensatos de la Expo 92 que se quedaron en el olvido más lastimoso, a cambio de convulsivas quimeras olímpicas y otros disparates.
Otra inversión: el adecentamiento del parque de María Luisa, recinto con una riqueza arbórea tan deslumbrante que merece el nombre de patrimonio turístico, y que languidece en el abandono y la mediocridad. Y, sin salirnos del transporte público vial, una amplia red de microbuses para dejar el centro bien conectado, un medio eficaz y verdaderamente necesario, el que recomendaban todos los informes técnicos, y que se dejó velozmente arrinconado a favor del tren de la bruja, sería conveniente averiguar por qué.
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